La justicia es un sentimiento inherente al origen mismo de la experiencia humana; es un deseo movilizador de la historia. Vamos tras ella como quien sueña con el paraíso perdido o la tierra prometida. La justicia nos hace, nos constituye de la misma manera que la injusticia nos destruye, nos inferioriza, nos vuelve execrables.
La política ha sido, es y será la herramienta que nos permite soñar la justicia y hacerla, hacerla significa, imaginar a los otros, a los otros que están fuera de la justicia. Que están en la injusticia, en la desigualdad. Eso que tan maravillosamente decía el mártir de América Ignacio Ellacuria: “Nadie tiene derecho a lo superfluo cuando a la mayoría les falta lo necesario”.
Y cuando vemos que la justicia entrerriana entre telones de un cipayismo jamás vivido arma un relato de condena; arma una ficción de 49 jornadas para destruir no solo a dos personas… Sin
dudas destruir un proyecto de patria y domesticar la verdad para que atienda a los intereses de unos traficantes de discursos que no tienen sueño de patria. ¿Se trata del Pato? ¿De Pedro?
¡Compañeros, se trata del pueblo!
Se trata de la patria que se juega en los intersticios del poder real que condena a la injusticia a dos luchadores de la justicia. La paradoja del poder comprado y esclavo del poder real. ¿O a Artigas le fue bien o a López Jordán?
La traición y la calumnia están en las entrañas de la comunicación cipayas.
A dos compañeros que hicieron lo imposible para que la verdad de la justicia, la libertad y sobre todo la igualdad fuera una experiencia tramada en la piel cotidiana del pueblo, los condenan en el altar del pueblo. ¿No es esto la aberración de lo injusto?
¿Y nos vamos a callar?
¡Le avisamos al tribunal que somos compañeros del campo nacional y popular!
Y ser del campo Nacional y Popular,- hay que avisarles-, que mas allá de treinta mil desaparecidos, de bombas en la plazas y de las miles de CIA y embajadas, y sin dudas, de los miles de cipayos: no nos vencerán. No nos quebraran. Hay Patos y Pedros y sin dudas hay “luche y vuelve”.
La cárcel nos vuelve reales…
La ficción de un pueblo entregado al oprobio, y de sus defensores crucificados.
Compañeros, el dolor nos ha enseñado que ni la tortura, que ni la muerte ni las desapariciones pueden con la justicia de un pueblo que sueña justicia.
Menos aun, unos jueces pusilamines y comprados al vil precio de la necesidad.
En Entre Rios hay pueblo, y tarde o temprano habrá justicia.
Por Tommy Lujan
SOBERANXS