Impuesto a la riqueza: solo un milagro puede salvarnos de la tragedia
Si bien ya lo era con anterioridad, la Argentina se ha asegurado el primer puesto de la lista -gracias a la aprobación del impuesto a la riqueza- como el país más gravoso del mundo. Aquí, las explicaciones de un especialista y las posibles salidas.
El impuesto a la riqueza establecido recientemente en la Argentina ha generado una larga serie de controversias. Con idas y vueltas entre el Senado y Diputados, la propuesta generada por el Gobierno finalmente vio la luz verde.
Con este marco, Matías Olivero Vila -abogado y contador- hizo un pormenorizado análisis de situación en un artículo para El Cronista.
Así, se plantea un escenario en el que Argentina, según el Banco Mundial, es el país más gravoso del mundo (Banco Mundial), más el agregado de uno de los impuestos patrimoniales más gravosos del mundo (2,25%, base bruta), con un recientemente sancionado impuesto a la riqueza (el 166 según IARAF), que -dicho sea de paso-no existe en ningún otro país del mundo, con una alícuota máxima total (7,50%) que es más del doble de la máxima propuesta por una de las entidades que más impulsa este impuesto (3,50%), basado en tres fundamentos que en realidad se vuelven en contra (propuesta de la cuestionada OXFAM, supuesta recomendación del FMI y supuesto artículo a favor del Financial Times), violando varios principios constitucionales (en especial, no confiscatoriedad), en un contexto de crisis económica histórica, sin haberse tomado medidas de austeridad en un sector público casi paralizado por la cuarentena, agravado por un éxodo fiscal de miles de argentinos, muy probablemente provocando un efecto contrario al que se pretende (como sucedió en Francia) y empeorando la situación económica del país. Tratamos cada afirmación en artículos anteriores.
El primer interrogante es ¿qué se puede hacer con un escenario fiscal tan negativos?
Según su opinión, esto es casi una ‘tragedia’ fiscal de la que sólo un ‘milagro’ podría salvarnos. Una lección que nos ha dado Uruguay, a donde se mudó casi la mayoría de los exiliados fiscales. El país de la Banda Oriental, es un ejemplo a seguir para la Argentina, claro está.
Poniendo la mirada en Urugauy es que se pueden sacar tres importantes conclusiones. En primer lugar, que hasta la peor noticia la podemos convertir en una oportunidad. Luego que, al decir de Charles Swindoll, lo que nos pasa es solo el 10% de nuestras vidas y el restante 90% es lo que nosotros hacemos con lo que nos pasa. Y tercera, la concientización es el necesario paso previo a la acción.
Según Olivero Vila en su artítculo, no pueden conseguirse más señales que la ‘búsqueda’ de la normalidad fiscal (sistema tributario y gasto público), con una lógica espera, se canceló. La ilusión que algún día la clase política, por si sola, pudiera generar un sistema fiscal normal se ha perdido.
¿Y cuáles son esas esperadas señales?:
(i) un ciclo presidencial anterior con inédito apoyo local e internacional y máximo apetito inversor, el cual se diluyó, entre otras principales razones, por la carga fiscal formal más gravosa del mundo;
(ii) el actual gobierno que recién asumido promulgó nuevos impuestos y aumentos de alícuotas de más del 300% (bienes personales);
(iii) en el último año, una veintena de más impuestos y aumentos, a nivel nacional y local;
(iv) un éxodo fiscal de miles de argentinos, por primera vez conformado en especial por los de alto patrimonio;
(v) un anuncio de una próxima reforma tributaria, aún más gravosa y progresiva; y
(vi) coronando lo anterior, la sanción del impuesto a la riqueza.
Nuestro ecosistema fiscal requería un detonante, una alarma. El impuesto a la riqueza vino a serlo.
La Argentina estaba muy mal rankeada… en el puesto final de la tabla y con la aprobación del Impuesto a la Riqueza, las cosas solo podían empeorar. El escenario no es optro más que el de un verdadero “dislate fiscal”. Solo hay algo bueno: en muchos sectores nunca antes se tuvo tanta conciencia de lo gravoso de nuestro sistema tributario y de su relación con la recesión y pobreza. Porque no se trata sólo de los impuestos pagados por el sector empresario, sino también de los 45 millones de argentinos que terminan pagando entre 40% y 50% de impuestos dentro del precio de los bienes (IARAF).
En el sector político, estos problemas se palpan en el aire. En Diputados y Senadores, varios conceptos se escucharon por primera vez. Diez legisladores manifestaron que tenemos el sistema más gravoso del mundo. Ocho se refirieron a los 165 (ahora 166) impuestos. Unos quince hicieron la relación con la pobreza, desempleo e ‘hiper-recesión’. Otros tantos repartieron adjetivos para el impuesto: ‘grosero’, ‘grotesco’, ‘absurdo’, ‘pésimo’, ‘disparate’, ‘locura’, ‘cementerio de pymes’, etc. La coalición oficialista tuvo ocho meses de titubeos, resultado de las visiones contrapuestas. Hasta tres diputados se refirieron al “impuesto al viento” como otra muestra más del dislate. Y como decía Sarmiento y rescató Perón, “se puede volver de cualquier lado, menos del ridículo”.
También el dislate se palpa entre los políticos y los profesionales. Es que las oportunidades en que no se tocaban cuestiones de presión fiscal para no sensibilizar al gobierno de turno se empiezan a reemplazar por declaraciones de más fuerte contenido. El criterio tradicional de expedirse sobre incrementos fiscales recién desde su presentación en el Congreso y no desde su primer anuncio ha quedado en profunda revisión. Se comprueba que los procedimientos normales no son apropiados para sistemas anormales.
Y el autor del artículo de El Cronista, va más allá. Los problemas también se advierten en la opinión pública. De acuerdo a la encuesta de la UBA hay una relación 2 a 1 entre votos a favor y en contra del impuesto. No sorprenden los favorables cuando 21 millones reciben sus ingresos del Estado, frente a 8 millones del sector privado, una relación 2,6 a 1. Son votos en ‘defensa propia’ ante la amenaza de una baja en el gasto público y de su propio ingreso. Sí sorprende el tercio en contra sabiendo que no les aplica. Y más aún ese diferencial de 0,6. Son millones que reciben ingresos del Estado pero están en contra. Somos iguales ante la ley, pero los tres tipos de votos (en interés propio, neutro y contra sí mismo) no pesan lo mismo, lo que muestra el grado de consenso en muchos sectores contra una mayor carga fiscal.
De esta manera, el impuesto a la riqueza actuó como reflector sobre el ‘sistema más gravoso del mundo’, y -de paso- puso el tema en boca de todos, como lo más normal.
Y surge entonces otra pregunta: ¿Cómo se sale del último puesto de esa tabla y se baja del 106% de carga fiscal al 47% promedio de Latinoamérica?
El autor del artículo sostiene que “Tomamos aquella tercera moraleja: habrá un cambio radical en lo fiscal si existe un profundo proceso de concientización previa. Sólo así se podrá cambiar la mentalidad de la clase política, de la justicia, de los medios y de la opinión pública. Y de todas ellas, la más importante es la opinión pública. El resto es inercia”.
Y continúa: “En el ciclo presidencial anterior se declaraba que la pretensión era reducir la carga fiscal y de hecho se hicieron cambios en esa dirección, como la reforma de 2017, el Consenso Fiscal y la Ley de Economía de Conocimiento. Pero faltó mucho más para alinear nuestro sistema fiscal con el resto del mundo. Y se pretendió hacerlo sin concientización previa, con la opinión pública desinteresada, gran parte de la oposición en contra y un sector empresario y profesional en actitud expectante. No fue posible. En tiempos de redes sociales, el principal destinatario del esfuerzo debe ser la ciudadanía y el logro se alcanza cuando las encuestas cambian. Ya se sabe, es natural que los políticos se alineen a las encuestas porque si no, no son votados. Existen decenas de ejemplos, desde la Ley Blumberg en adelante”.
Luego, otro interrogante fundamental: ¿Qué pretendemos decir con un proceso de concientización?
Citemos tres ejemplos fuera de lo fiscal, dos iniciados en los ’80 y uno reciente:
(i) aquel por el que se entendió que los golpes de Estado debían rechazarse en favor de la democracia;
(ii) el histórico cambio y enmienda en cuestiones de derechos humanos; y
(iii) el llevado a cabo en favor de la igualdad de género.
En los tres tuvo lugar un cambio sustancial de mentalidad de la ciudadanía en general. El resultado es que cuando se escucha ‘golpe de estado’, ‘tortura’ o ‘violencia de género’ se produce un tajante rechazo emocional en nuestra sociedad. El mismo que a la luz de las graves consecuencias que ha causado nuestro sistema fiscal (hiper-recesión e hiper-pobreza) debería causar la “creación o aumento de impuestos”.
En su nota para El Cronista, Matías Olivero Vila sostiene además: “Agrega Salvando las sensibles diferencias entre las materias, en el caso fiscal se cuentan con argumentos de mayor peso relativo. Porque en los otros casos la comunidad internacional no estaba señalando a la Argentina como el peor país del mundo, como sí lo hace en materia fiscal desde 2015. Por lo que el planteo es simple y binario: o el Banco Mundial, sus miles de asesores tributarios y funcionarios de 190 países (incluidos los de Argentina) están complotados para que nuestro país aparezca como el país más gravoso cada año; o, de lo contrario, hay un sector de nuestra clase política, los medios y la opinión pública que yerra palmariamente en el diagnóstico, creyendo que hay espacio para seguir elevando una y otra vez los impuestos. El foco de tal concientización está en la divulgación, en correr el velo para que el ecosistema fiscal y la sociedad puedan ver la realidad de nuestro sistema. Las soluciones dadas por la política son la consecuencia”.
Con este marco, es inevitable otro gran interrogante: ¿Quiénes y cómo son capaces de concretar el proceso de concientización fiscal?
“En teoría deberían impulsarlo los sectores políticos. Pero, ya dicho, no han podido por sí solos. Se requiere la ayuda y la acción de otros sectores. Las cuales podrían venir del sector privado y del ‘tercer sector’ (ONGs). Así como en los poderes normativos encontramos la mayor brecha entre lo que debe hacerse y lo que se ha mal hecho, en el sector empresario y profesional encontramos la mayor brecha entre lo que puede hacerse y lo que aún no se ha hecho. Hay allí una capacidad ociosa y razones para hacerlo. Imaginemos que cada uno de los 166 impuestos es un volcán. Al estilo de aquel personaje de Saint-Exupéry, cada empresario y persona de alto patrimonio se ocupa de deshollinarlos porque “si están bien limpios, los volcanes arden suave y regularmente, sin erupciones”; de lo contrario, “nos causan cantidad de problemas”. Así, cada contribuyente paga todos los impuestos del país más gravoso, los cuantiosos honorarios de los asesores por cada inspección, cada sanción de nuevo impuesto o reforma, cada defensa en juicios y causas penales tributarias (pese a los esfuerzos, hay erupciones), las elevadas tasas de justicia y otros costos fiscales”, afirma al respecto Olivera Vila.
A la hora de hablar del impuesto a la riqueza, hay cosas que no se pueden soslayar. Así, hay que poner en el denominador la suma de esos impuestos, honorarios y costos pagados durante esta década más gravosa de la historia. Luego, se debe incluir en el numerador la suma que los contribuyentes invirtieron en ese período para apagar el magma que generó las apariciones y erupciones de cada uno de los 166 volcanes tributarios; es decir en concientizar a nuestro ecosistema fiscal sobre que tenemos el sistema más gravoso. Podríamos calcular ese ratio también en horas dedicadas a una y otra tarea.
Y continúa Olivera Vila en su artículo de El Cronista: “Así como se suele criticar a la clase política por haber generado el sistema más gravoso, con esa calificación “0,0” sobre 100 puntos dada por el Banco Mundial desde hace más de una década, cabría reflexionar por qué ambos ratios (en importe y en horas) son tan cercanos a cero y si eso es o no razonable. La forma en que el sector privado ha lidiado con el sistema más gravoso ha sido en forma mayormente reactiva, recién cuando un proyecto entra al Congreso, utilizando el escaso tiempo que disponen los directores de impuestos de cada empresa (justo ellos que están atendiendo los 166 volcanes) y el tiempo libre –si lo tienen- de los asesores externos, para que todo termine en un par de reuniones de la cúpula de las respectivas entidades con las autoridades de turno. Ese paradigma de actuación habrá funcionado en una Argentina normal. Pero ya no más en el país más gravoso del mundo. Un método eficiente en la utilización de recursos (humanos y económicos) dejó de ser eficaz en los resultados (último puesto fiscal). Es esperable que, a partir de este impuesto, ese paradigma cambie, se re-direccione. Argentina tiene valiosas entidades empresarias y profesionales y think tanks de reputación. Se trabaja en el pensar, en el “tener razón”, lo cual es muy importante. Pero ya citamos a Adenauer, “más importante que tener razón es que te la den”. Y el “te la den” exige la concientización previa. Allí donde los expertos en comunicación trabajen con los distintos especialistas en cómo mejor correr ese velo para que nuestra sociedad pueda ver la realidad fiscal, lo que pese a las evidencias aún no se ha hecho carne en nuestro ecosistema. Para luego, con esa inercia, la política actúe en consecuencia y los 45 millones de argentinos dejen de sufrir los perjuicios”.
Pero entre tantos intentos de explicación, otro interrogante:
¿Hay acaso antecedentes en otros países donde se llevó a cabo un proceso de concientización exitoso?
Dice el especialista: “No se trata de inventar sino de inspirarse en lo exitoso. El movimiento ‘Vem Pra Rua’, con adhesión de millones de brasileños, desde 2014 activó una serie de cambios institucionales y luego derivó en distintas ONGs, tales como el instituto Brasil 200. Las causas y circunstancias han sido distintas. Pero lo inspirador es el proceso, trasladables a lo fiscal. ONGs apoyadas por el sector privado, pero no comprometidas con corporación alguna. Actuación sólo por el bien del país. Apartidarias. Los mejores profesionales contratados full o part time. Dedicación y exigencia profesional. El foco en la divulgación, en las redes, en la opinión pública. Actitud proactiva durante los 365 días, influyendo en la agenda pública. Aportes en proyectos y propuestas, desde el de ‘ficha limpia’ a la reforma fiscal en curso. Políticos calificados y rankeados por una ONG, monitoreados en sus votaciones, se piden y reciben explicaciones. Cursos de formación de políticos para evitar, por ejemplo, que se presenten proyectos de leyes inconstitucionales. Con todos sus defectos, Brasil no es el mismo que 5 años atrás en lo institucional. Un caso de éxito digno de estudio”.
Y otra pregunta más: ¿Es este un momento idela para hacer una concientización fiscal? ¿es realmente posible?
Olivera Vila, sostiene lo siguiente: “Están los que entran en estado de frustración o depresión, los que al final ya no salían del fuselaje del avión, los que ‘tiran la toalla’. Los que frente a picos de más de 5000 metros o al 106% de carga fiscal rematado por un exorbitante impuesto a la riqueza, piensan que ya no vale la pena. Por haber creído y confiado, y por haberlo intentado y no haber podido, asumen que nadie podrá lograrlo. No caben las culpas, hay decenas de razones para darse por muertos o derrotados. Pero aquellos hicieron un ‘aporte’ importante: callaron sus opiniones. Decía Einstein “los que dicen que es imposible no deberían molestar a los que lo están haciendo”.
Pero en la vereda de enfrente se encuentran los líderes que se cargan la situación al hombro y saben de hazañas. Son los mismos que convierten la frustración en energía positiva y una noticia de cancelación de búsqueda o un impuesto a la riqueza en la oportunidad de sus vidas o del país. Y el medio se encuentra el grupo de los colaboradores. Aquellos que no están para liderar pero sí para dar su esencial soporte a los líderes desde distintos sectores y formas. Y ya se ha mencionado del alto consenso y apoyo que un proceso de concientización fiscal podría tener en importantes sectores de nuestra sociedad.
¿Qué conclusiones podemos sacer entonces? Nuestro sistema más gravoso empezará a cambiar sólo después que se asuma como tal por todos los niveles y sectores. Cuando mirando el paisaje argentino veamos, de izquierda a derecha, a las Cataratas del Iguazú, a Maradona, al Aconcagua, al Tango, a la Patagonia, a Messi, al Parque Talampaya, al Sistema más Gravoso del Mundo y al Obelisco. Concientización fiscal hasta que se confunda con el paisaje. Y a la mañana siguiente de ese día nuestro sistema fiscal empezará a cambiar.