Ingrid Figueroa (32) acusó al sacerdote Moisés Pachado por violarla en reiteradas ocasiones durante su infancia. El próximo martes la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Catamarca deberá definir si su denuncia prescribió por el paso del tiempo o continúa hacia el juicio. En esta nota con Infobae, la víctima da su testimonio por primera vez.
urante muchos años Ingrid Figueroa Cruz despertaba sobresaltada en medio de la oscuridad. Cada noche, la misma pesadilla, hasta que caía que se trataba otra vez del sueño aterrador de siempre. Así pasó de niña a mujer, presa del pavor de una imagen: la del cura Moisés Pachado que se acercaba a ella y la tocaba y la violaba y la amenazaba con represalias si llegaba a hablar.
No era la imaginación febril de Ingrid, sino un eterno retorno a un domingo de su infancia en que el sacerdote de su pueblo la llevaba a su cama y abusaba sexualmente de ella. Él rondaba los 40. Ella tenía apenas 9 años. El cura en cuestión aún hoy, 23 años después, pertenece a la Iglesia católica. Durante años fue el hombre respetado por la comunidad del pueblo Hualfín, en el departamento de Belén, en Catamarca. Su condición de “representante de Dios en la Tierra” le valió la absoluta reverencia de la familia de Ingrid, que invitaba a Pachado frecuentemente a comer a su casa. Ese respeto divino cegó a la madre de la víctima cuando ella le contó lo que había sufrido.
Todo cambió en 2018. Ese año la actriz Thelma Fardin denunció a Juan Darthés y activó la alarma interior de esta mujer, que volvió a pensar que una acción penal para cicatrizar la herida abierta que la había puesto al borde del suicidio varias veces podía ser posible.
Figueroa Cruz había intentado denunciar en la Justicia a Pachado pero le habían sugerido que por el paso del tiempo la causa no avanzaría jamás. El relato de Fardin la movilizó. El 12 de diciembre de ese año escribió un posteo en Facebook donde contó parte de su experiencia y fue a Tribunales. El expediente se movió y el próximo martes 27 de octubre los jueces Edgardo Álvarez, Marcelo Soria y Mauricio Navarro Foressi, de la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Catamarca, deberán expedirse ante el reclamo del abogado del cura, que pretende que la causa se detenga porque pasaron más de 10 años de los hechos.
La decisión en la Cámara es la segunda instancia después de que el juez de Garantías de Belén, Oreste Piovano, negara la prescripción de la causa. El magistrado aplicó los convenios de los derechos internacionales del niño. “El abuso en los niños y niñas es imprescriptible”, escribió en su fallo, que el abogado de Pachado, Roberto Mazzucco, apeló ante el tribunal superior.
“Espero que el Tribunal que se conformó para esto dé la posibilidad de que se haga justicia. Este caso no es tan solo para mí. Es para sentar un precedente en este tipo de causas. De lo contrario va a volver a tapar la boca de muchas víctimas que tienen ganas de hablar y que están esperando claros mensajes de la Justicia argentina. Es necesario que nos demuestren de qué lado se van a parar”, advierte Ingrid, que integra la Red de Sobrevivientes de abusos en la Iglesia.
“Pachado no solo abusó de mi integridad sexual. También, de mi fe. Los abusos fueron cometidos dentro del templo, en la casa parroquial, y crecí pensando en que todo eso estaba mal”, relata a Infobae Figueroa Cruz, quien por primera vez cuenta su historia a cara y nombre descubierto en un medio nacional.
Ingrid admite que en aquel momento, con tan solo 9 años, no se daba cuenta lo que el cura hacía con ella, pero algo le hacía pensar que estaba mal. “Era raro porque Pachado me amenzaba para que no diga nada. Él me decía que nadie me iba a creer, que él no estaba haciendo nada malo”, explica.
Moisés Pachado abusó varias veces de Figueroa Cruz durante aproximadamente un año. Según el relato de la mujer, la primera fue al final de una misa. Las siguientes se dieron en la casa de su abuela cuando sus familiares no estaban cerca. “Él nunca perdía la oportunidad del manoseo”, cuenta.
“La primera vez que pasó fue algo explícito. No hubo penetración pero tocó mi vulva y me obligó a practicarle sexo oral. Después eran manoseos, cuando podía me metía las manos por debajo del pantalón o que me frotaba en su pierna. Eso era común”, detalla.
Aquel domingo fue el quiebre temprano de su vida. Ingrid volvió corriendo a su casa. Estaba aterrada. “El me había dicho que nadie me iba a creer. Lo mismo vine asustadísima porque sentía que algo estaba mal y vine corriendo a casa y estaba mi mamá y le avisé lo que había pasado”, relata.
Su madre eligió no creerle. “Ella me bajó el pantalón me vio la bombacha y había algo de sangre, algo muy mínimo, pero no había semen porque, claro, no hubo penetración. Y ella habrá estado muy shockeada y optó por no creerme y en ese momento no me creyó y el calvario lo viví sola. Ella no me creyó, el cura tenía razón”, dice ahora, 23 años después, conmovida.
El calvario al que se refiere no fueron solo las pesadillas nocturnas. Durante muchos años Ingrid sufrió que algunos adolescentes de su escuela se burlaran de ella. “No todos, pero muchos decían que yo ‘andaba’ con el cura”, relata. Cada día que pasaba de impunidad para el abusador era un día en que adentro de Figueroa Cruz crecía una angustia imposible de manejar.
“Siempre fue tormentoso verlo”, confiesa Ingrid. Es que Pachado era muy allegado a su familia materna por su condición de sacerdote. “En esos tiempos acá se idolatraba mucho a los curas y mi abuela lo recibía con los brazos abiertos porque era lo mejor del mundo, nada más y nada menos que el representante de Dios en la Tierra”, ironiza. Pero cuando el cura abusador aparecía por su casa, Ingrid desaparecía: “Cada vez que él venía me escondía debajo de mi cama porque era ese temor, él siempre terminaba tocándome”.
Salvo su mamá, el resto de la familia jamás supo de los abusos del cura hasta 2018. La pesadilla nunca terminó, pero cuando Ingrid tenía 11, Pachado, oriundo de Villa Vil, un pueblo cercano, fue derivado a otro lugar de la provincia. Para reemplazarlo llegó el cura Dardo Olivera, quien en esta historia mostrará dos caras.
“Yo a él le conté de esta situación al toque que llegó. Una vez le pregunté si me podía confesar porque yo sentía que algo malo había hecho yo, me sentía culpable. Le conté cómo habían pasado las cosas, donde había pasado todo. Él golpeó la mesa, se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo ‘qué hijo de puta’. Y me abrazó, después le conté de mi mamá. Él vino a casa, me acompañó a casa y mi mamá y él hablaron a solas”, relata Ingrid.
Media década más tarde, Ingrid fue enviada por sus padres a un colegio católico de San Fernando del Valle, la capital catamarqueña. “Yo estuve pupila en un colegio de monjas seis meses y lo vi cuando fue a visitar a una familiar de él. Esa vez de nuevo, cada vez que sabía algo o él aparecía, era terrible”.
Para ese tormento, Ingrid no tenía más descompresión que la escucha del sacerdote Olivera. Sólo él y su mamá sabían. Por eso el cura que reemplazó a su abusador fue de gran ayuda. Cuando ya era una estudiante universitaria en San Miguel de Tucumán, frenó su suicidio con un llamado inesperado. Ingrid apretaba un cuchillo con una de sus manos dispuesta a cortarse las venas y el padre Dardo lo evitó.
“Cuando estudiaba en Tucumán, entre los 18 y los 21, tenía este pensamiento que me afectaba en la Facultad. No dormía, iba a clase sin dormir, tenía miedo todo el tiempo de que me aparezca Pachado. Lo veía representado en todos lados. Y una de esas veces, cansada, tomé la decisión de cortarme las venas. En ese momento me llama el padre Dardo y él, no sé si presintiendo o porque le había escrito, me contó que un ahijado de él se había quitado la vida y yo a él lo elegí como padrino de confirmación, y me hizo desistir”, cuenta.
No fue la única vez que Ingrid pensó en resolver la historia de su abuso con un atentado contra su propia vida. También en Tucumán subió a la terraza del edificio donde vivía. Un piso 14. “Y me crucé del lado de las barandas y quedé lista para tirarme”. Ingrid cerró los ojos y apareció su abuela. “No estaba bien de salud y se me cruzó esa idea de mi abuela llorando, sufriendo porque lo que estaba a punto de hacer y eso me frenó”, dice.
El sacerdote, como una némesis significante de Pachado en la vida de Figueroa Cruz, acompañó y contuvo a la víctima durante una década. Sin embargo, había un ruido en esa relación. “Nunca me habló de denunciarlo”, explica Ingrid, como un rasgo que generaba interferencia en la relación con él.
Pero en esa tensión entre el silencio supuestamente amoroso de Olivera y la idea de una reparación concreta, con una denuncia judicial y un castigo material, no divino sobre Pachado, ganó la segunda. Las amigas que Ingrid se hizo en Tucumán la ayudaron a buscar justicia en la tierra.
Antes del final de 2018, Ingrid expuso su caso en un juzgado que en ese momento subrogaba una jueza mujer, Verónica Saldaño. “Ella me abrazó, me contuvo, yo pude llorar”, se emociona Figueroa Cruz. Lo que no había podido hallar en su madre lo empezaba a ver en los pasillos de Tribunales.
Con su posteo en Facebook se enteró que no era la única víctima de Pachado. “Me enviaron mensajes por privado a mi perfil de Facebook y me contaron el horror que habían vivido. En Hualfín hay dos y hay en otros lugares. Yo identifiqué al menos cinco víctimas de Pachado. Y sé que hay otra denuncia de una chica de la capital de Catamarca posterior”, enumera.
Pachado está vivo y nunca fue cuestionado por la Iglesia católica. Ingrid está convencida que tiene el amparo de sus superiores. “Lo protege el obispo de Catamarca, Luis Urbanc. En enero de 2019, un mes después de mi denuncia, viene el obispo a una localidad cercana y al lado de él estaba el cura Moisés. Fue un claro mensaje de apoyo, afirma. Y agrega: “Se supone que está en una casa de retiro espiritual, sigue dando misa y con todas las comodidades”.
En octubre del año pasado el fiscal de Belén, Jorge Alberto Flores, imputó al cura por “abuso sexual con acceso carnal” y “abuso sexual simple” agravado por ser “ministro de un culto religioso”. La querella que representa a Ingrid aportó como pruebas un diario íntimo que la joven escribió en aquella época. Allí relata lo que le pasó. También pidió el registro fotográfico de la Capilla de Hualfin, lugar donde se cometieron los abusos para comparar las descripciones del diario. Ya se hicieron pericias psicológicas al imputado y a la víctima. “Son contundentes”, dice Figueroa Cruz: “Los traumas están en mí y él tiene un perfil abusador, que es lo más importante”.
La decisión del Tribunal del próximo martes será trascendental para Ingrid. Madre de tres hijos y estudiante de Enología, Figueroa Cruz diseñó una arquitectura sentimental para que su vida no se desmorone. Pero la mujer necesita reparar. “Es necesario que la Justicia nos demuestre de qué lado se va a parar”, repite.
Hace tiempo que Ingrid no sabe nada del padre Olivera. El hombre que apareció en la capilla de Hualfín para contenerla desapareció cuando ella pisó los Tribunales. Olivera fue citado a declarar como testigo. “La Iglesia católica es cómplice. Él dijo que no recuerda nada. Me abandonó. Fue muy duro para mí, era mi padrino de confirmación, a quien yo quería mucho”, confiesa.
Azorada, Ingrid pidió a los investigadores que realizaran un careo: “Fue horrible enterarme de eso, yo quería tenerlo cara a cara para que dijera delante mío que no se acordaba”. Olivera nunca se presentó. Ingrid jamás lo volvió a ver. Con él, se fue su fe católica.
Sin embargo, Figueroa Cruz recuperó a su madre. “Siempre traté de huir de ella, la seguí culpando. Pero cuando en 2018 hice la denuncia, salí del juzgado y sentí que no es ella la culpable, que ella hizo lo que pudo, que toda la vida la culpé pero que ella hizo lo que pudo y si se equivocó o no ya está, porque es suficiente la culpa que siente hoy. No hay día en que no me pida perdón”.
Fuente: Infobae